Un mensaje y cosas por descubrir.
Rubén llevaba varios días mirando aquel anuncio en una página de servicios. No sabía exactamente qué buscaba, pero había algo en esas palabras que lo atrapaba.
"Masajes de relajación y bienestar. El cuerpo habla… yo sé escucharlo.
Pregunta sin miedo."
Cada noche abría la página, repasaba el anuncio y volvía a
cerrarlo sin atreverse a escribir. No era solo vergüenza… era ese cosquilleo en
el estómago, esa mezcla de curiosidad y nerviosismo. ¿Cómo se pedía algo así?
¿Cómo saber qué necesitaba sin parecer ingenuo?
Pero esa noche, después de servirse un whisky y con el calor del
licor bajando por su garganta, su dedo tembloroso finalmente escribió el
mensaje:
—Hola… vi tu anuncio y me interesa, pero no sé qué tipo de masaje
necesito.
El mensaje salió. Ya no había vuelta atrás.
La respuesta llegó minutos después, simple pero envolvente:
—Hola, soy Eva. ¿Cómo te gustaría sentirte después del
masaje?
Aquellas palabras fueron un golpe a su indecisión. No le
preguntaba qué quería “hacer”, sino cómo quería “sentirse”. Y eso lo cambió
todo.
—Relajado, pero también… satisfecho.
—Entonces ven. Te espero. Calle Eros 69, tercer piso. No tienes
que traer nada, solo a ti mismo.
Rubén sintió un escalofrío recorrer su espalda. El número de la
calle, el tono de su respuesta… todo parecía sacado de una fantasía.
Al día siguiente, su corazón latía acelerado mientras caminaba por la Calle Eros, ansioso por encontrar el portal con el número 69. No era difícil de olvidar aquella dirección, la tenía memorizada, las palabras de aquella mujer resonaban en su indecisa cabeza, las formas de los números eran casi un símbolo de lo que le esperaba dentro.
Respiró hondo antes de tocar el timbre.
La puerta se abrió lentamente. Y ahí estaba ella.
Eva tenía unos 40 años, piel clara y un cuerpo con curvas en el
lugar exacto donde la feminidad se volvía arte. Llevaba un conjunto de lencería
negra, elegante y provocador, con un ligero kimono de seda que apenas ocultaba
la tentación de su figura. Su cabello suelto caía en ondas suaves, y su perfume
tenía un toque de vainilla y ámbar, envolvente, adictivo.
Rubén tragó saliva. Su mente estaba en blanco, solo guiado por la
sensación de que ya no había marcha atrás.
🧘♀️ El Arte del Masaje
La habitación estaba iluminada con velas, la música era suave, el
ambiente tenía un aroma dulce a sándalo y jazmín. Eva lo hizo sentarse en una
silla mientras ella se movía con la seguridad de quien conoce su oficio.
—Ponte cómodo. Aquí el tiempo no existe.
Cuando se acostó en la camilla, sintió el primer contacto de sus
manos. Cálidas, expertas, deslizándose con aceites tibios por su espalda. Cada
presión, cada caricia, no era solo un masaje… era un descubrimiento. Su
respiración se hizo más lenta, su piel vibraba con cada movimiento de sus
dedos.
Eva se inclinó cerca de su oído y susurró:
—Déjate llevar.
Y en ese instante, Rubén, supo que había tomado la mejor decisión. Dejó la timidez a un lado y cerro los ojos para hacer caso a las palabras de Eva.
¿Te ha gustado esta historia? En nuestro blog compartimos relatos
sensuales inspirados en el arte del masaje y el placer. Pero, ¿y si pudieras
vivir algo similar?
👉 El arte del masaje puede ser tan fascinante como las historias que contamos aquí. Si esta lectura despertó tu curiosidad, sigue explorando y descubre más sobre el mundo del bienestar y la sensualidad en [Encuentros Relajantes]
Sigue explorando y deja que la imaginación te guíe…
Gracias por llegar hasta el final.


No hay comentarios:
Publicar un comentario