Un viaje a través del Lomi Lomi
Fue en uno de esos días grises cuando Javier, navegando sin
rumbo en internet, se encontró con un artículo en una página de masajes. No era
cualquier artículo, sino uno que hablaba sobre el Masaje Lomi Lomi y su
capacidad para reconectar a las parejas. Lo leyó con atención, sintiendo una
mezcla de curiosidad y anhelo. Las palabras hablaban de una danza sensual, de
un toque que iba más allá del alivio físico y despertaba los sentidos, algo que
él y Estela parecían haber olvidado con el tiempo.
Por días, el pensamiento lo mantenía distraído de sus
labores, su relación, su estado de inquietud no lo dejaba estar a lo que debía de
estar. ¿Cómo mencionarle a Estela que quería probarlo sin que pareciera una
crítica? ¿Cómo decirle que extrañaba sentirla en sus manos, descubrir su cuerpo
con la misma pasión de antes? Finalmente, una noche, cuando ambos compartían la
cama en ese silencio habitual, Javier tomó su teléfono y envió el enlace del
artículo a Estela. No dijo nada, solo esperó. Ella miró la notificación, abrió
el enlace y comenzó a leer.
El silencio fue diferente esta vez.
Estela deslizó la pantalla con atención, su mirada
recorriendo cada palabra. Sus labios se curvaron en una sonrisa suave y, tras
unos segundos, levantó la vista hacia Javier.
—¿Quieres intentarlo?
La pregunta quedó flotando en el aire, cargada de
expectativas. Javier asintió con una mezcla de alivio y emoción.
—Quiero que nos reencontremos.
Al día siguiente, prepararon el espacio. Apagaron las luces
principales, encendieron velas aromáticas y seleccionaron un aceite tibio con
esencia de coco y sándalo. La habitación adquirió un aire distinto, casi
ritual. Estela, con la experiencia de sus años como masajista, sabía cómo
tocar, pero esta vez no se trataba de técnica, sino de conexión. Se quitó la
ropa lentamente y se acostó boca abajo sobre la cama. Javier, aún inseguro pero
decidido, vertió el aceite en sus manos y comenzó a deslizar sus palmas y antebrazos
sobre su piel desnuda.
Al principio, fue un roce tímido, exploratorio. Pero con cada movimiento, la tensión entre ellos se disolvía. Sus manos viajaban con suavidad por su espalda, sus muslos, sus brazos. El ritmo pausado, las caricias largas y fluidas, la sensación del aceite caliente deslizándose sobre sus cuerpos… todo creaba una atmósfera de entrega total. Estela cerró los ojos y se dejó llevar. Cada movimiento despertaba algo en su interior, una mezcla de placer y emoción contenida. Cuando Javier llegó a su cuello y descendió con un ritmo lento y deliberado, sintió un escalofrío recorrer su piel. En ese instante, comprendió que lo que estaban haciendo iba más allá del contacto físico. Estaban redescubriéndose.
El masaje no terminó con un final abrupto ni con una necesidad inmediata de ir más allá. No era una simple antesala al sexo, sino un redescubrimiento pausado del deseo. Un viaje que los había devuelto a ellos mismos. Esa noche, el silencio entre ellos ya no fue vacío. Fue un silencio cómplice, cargado de miradas, sonrisas y piel erizada. Una promesa tácita de que, esta vez, no dejarían que la rutina apagara lo que habían reconstruido.
Y así, a través de un masaje nacido en la tradición hawaiana, Javier y Estela aprendieron que el deseo no se pierde, solo se adormece, esperando el momento justo para despertar de nuevo.





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